Siempre que escucho una canción en especial, veo un capitulo de cualquier serie de televisión o estoy cerca de un objeto distintivo de una época en el año, navidad, día del ahijado etc., percibía ciertos olores característicos de estas fiestas y no sabía porque.
Un día me puse a recordar, a pensar y hasta conversar con mi madre y mis tías y saque en conclusión que uno recuerda olores y los percibe. Por ejemplo, hace un año me baje una canción que escuchaba en la casa de mi tía y cuando la escuche por primera vez me había comprado una loción llamada Lapidus, y cuando la baje al PC y la escuche pude percibir este olor, o cuando armamos el árbol de navidad suelo olfatear ciertas comidas que mi madre prepara y cosas así. Me puse a esculcar en la web y encontré esto:
“El olfato es un poderosísimo reforzador de la memoria, incomparablemente superior a la vista o al oído; los recuerdos de olores, y de elementos asociados a ellos, tienen una permanencia en la memoria desproporcionadamente más larga que la de las imágenes o sonidos. Las curvas de olvido en el caso de la vista y del oído son muy similares; en ocasiones, pasados unos días ya no resulta fácil reconocer algo visto, y otro tanto puede decirse de los sonidos. Mas esto no sucede en absoluto con el olfato: un olor reconocido se mantiene en la memoria durante meses e incluso años. Seguramente la razón de esto tiene que ver con otra de las grandes funciones del olfato: su relación con las emociones. En efecto, los recuerdos asociados a olores no lo son tanto de hechos o acontecimientos, cuanto de emociones. Es conocido el denominado «efecto Proust», que el propio escritor francés nos relata en el primer volumen de En busca del tiempo perdido: cómo el sabor, pero también el olor, de una magdalena mojada en té, fue capaz de devolver a su memoria recuerdos de su infancia que habría creído muertos para siempre: «Nada me había recordado la vista de la pequeña magdalena, antes de que la hubiera gustado, tal vez porque, al haberlas visto después con frecuencia, sin comerlas, en las bandejas de las pastelerías, su imagen había abandonado aquellos días de Combray para unirse a otras más recientes, tal vez porque de aquellos recuerdos abandonados, tanto tiempo fuera de la memoria, nada sobrevivía, todo se había disgregado; las formas –y también la de aquella conchita de repostería tan sensual, bajo sus devotos y severos pliegues– se habían abolido o habían perdido, adormecidas, la fuerza de expansión que les habría permitido llegar hasta la conciencia. Pero, cuando después de la muerte de las personas, después de la destrucción de las cosas, nada subsiste de un pasado antiguo, sólo el olor y el sabor –más débiles pero más vivaces, más inmateriales, más persistentes, más fieles– perduran durante mucho tiempo aún, como almas, recordando, aguardando, esperanzados, sobre la ruina de todo lo demás, portando sin flaquear sobre su gotita casi impalpable el inmenso edificio del recuerdo».
Y es cierto, puesto que uno recuerda por que olía así o en que día, aunque no tan
minority report, ¿se imaginan poder recordar cosas de la niñez que tanto nos alegraron por un olor? Hasta de recordar capítulos de series que ya no se ven en televisión, una regresión sin hipnosis pero si con algo de concentración, o ni tanto, como la historia de un amigo que estaba haciendo "cositas" con la novia y llegan los padres, ellos se visten muy rápido y cuando la madre abre la puerta del cuarto para saludar a su hijo lo primero que dice es “huy este cuarto huele a sexo” cerrando la puerta, jajajaa.
Gracias a: Alfonso Fernández Tresguerres